domingo, 1 de abril de 2012

Sol

Hace tanto tiempo que quiero al sol, desde tan pequeña... Recuerdo el olor del aceite que nos aplicaba mi madre a toda la banda de blanquitos de piel delicada en la playa, a los 6 o a los 7 o a los 8 años. Y nuestro juego permanente en la orilla o dentro del mar, con el sol calentando o quemando en el cogote y en los hombros, en la entonces agreste playa de Pedregalejo.
Y recuerdo también los dibujos que el sol componía en aire del aula del Instituto de calle Gaona con las motas de polvo, aquella que estaba arriba junto a una terraza, en ella teníamos clase con Maribel, la profesora de griego que me hizo amar le lengua y la historia de la Grecia clásica.
Y el sol cayendo verticalmente sobre las pistas de atletismo del INEF, un mayo de mucho calor, sobre los años 80 o 90, asistiendo a una competición de esas que supone 15 horas de gradas y de pruebas, con el equipo de Málaga, el CAIM, un piña de amigos discutidores y peleones.
Y tantos días de playa precoz en Málaga, en abril o mayo, esperando entre nubes ese sol que no solo calienta, sino que también hace feliz.
Muchas, muchas horas de sol en la playa, en el monte, cuidando plantas en el jardín, como esta tarde. O en invierno en la calle, andando entre sombras hasta llegar a un trocito soleado en donde el cuerpo se reconforta y el alma se expande. O pasear entre las manchas de sol de una arboleda, allá por la Sierra.
El sol es mi combustible: luz y calor. Recuerdo un grafitti del metro de Madrid, curiosamente escrito en francés: Nous sommes du soleil (una obra del grupo Yes, al parecer). Pues eso, yo también soy del sol

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