jueves, 2 de noviembre de 2017

La impostora

De niña no tenía problemas identitarios ni de autoestima: yo era guapa, lista y graciosa y no perdía ni un segundo en otros pensamientos. 
Luego la cosa cambió radicalmente y a pesar de ser considerada una persona que nunca ha querido aparentar nada distinto de lo que soy, me he sentido en muchos casos una impostora, alguien que no es del todo lo que se supone que debería ser. 
Me explico. He sido buena estudiante toda mi vida, a pesar de alguna etapa disoluta y un poco traviesa. Pero nunca me he sentido "la buena estudiante" típica. Y cuando fui mala estudiante, coleccionista de ceros en conducta, y adicta a las malas compañías, tampoco era una mala profesional, mera diletante solamente.
En la facultad fui progre, lo confieso, pero igualmente no fui considerada ni me consideré una activista de pro; más aún, en algún caso me tildaron de folclórica los sesudos comprometidos, quizás porque siempre me he tomado a mi misma y a las circunstancias con humor, con mucho humor.
Siempre que he podido he hecho deporte, y he estado rodeada de gente que hace deporte, amigos enormes y con los que he vivido mucha pasión y entusiasmo, pero tampoco yo me sentía de forma absoluta una deportista como ellos, siempre en mi quedaba una parte que era diferente. Contrariamente a lo que opina mi amiga L., que dice que los que se consideran diferentes en realidad se consideran mejores, para mi sentirme diferente no era sentirme mejor ni peor que los demás, sólo distinta.
Y he sido bibliotecaria durante casi cuarenta años, con la misma sensación de ser y no ser, a pesar de haber vivido la biblioteca y mi trabajo en ella como un sueño cumplido (a veces, también como una pesadilla inesperada, lo confieso), y sin embargo estoy segura que muchos me han considerado una advenediza, y yo misma no me he sentido nunca absolutamente mimetizada con el ambiente. 
Puede que se trate de un problema de falta de compromiso, de frivolidad o de falta o sobra de autoestima, pero lo cierto es que ahora, que ya soy bastante mayor, la cosa va a peor: sigo sin ser realmente una persona mayor, y sin ganarme el derecho a sentirme satisfecha.