domingo, 21 de febrero de 2021

Llama que baila

Sé que os parecerá un nombre artístico, pero Carmen Oliva era su nombre real, el de una compañera de curso en el instituto de calle Gaona de Málaga.

Era menudita, de piel cetrina y tímida. Guapa, con un óvalo clásico y unos ojos profundos, no recuerdo si marrones o negros. A sus 14 o 15 años, usaba pañuelos de seda como si fuera una mujer más mayor. No hablaba mucho y su círculo de amistades era reducido.

En algunas ocasiones festivas, Mari Pepa y algunas otras virtuosas del cante y el baile flamenco montaban una fiesta gitana. Y ellas, las entendidas, reclamaban a Carmen para que bailase.

Entonces la chica callada y tímida entraba en un trance muy hondo, con los ojos perdidos o cerrados y un arte que todo el mundo reconocía, independientemente de que les gustase o no el flamenco. Sin movimientos sensuales ni extremos, pura concentración y arrobo, contagiaba pasión y sentimiento.

No sé nada de ella ni de lo que haya sido su vida, pero nunca podré olvidar su modo de bailar, ni su mirada mientras lo hacia. Era una llamita ondeando entre el aire y las palmas.