domingo, 4 de abril de 2010

Dos libros leídos al sol y al viento de abril

Estas deseadas vacaciones, seis días como seis soles, no están teniendo tan buen tiempo como ya todos necesitamos, o por lo menos no en la Sierra. Los días han sido (excepto ayer) luminosos y brillantes, pero al aire libre sopla un vientecillo bastante fresco.
Aun así, como estamos todos deseosos de sol y luz, hemos estado fuera todo lo que hemos podido, un poco ocupados en limpiar macetas y podar setos y otro poco sencilla y llanamente leyendo al sol. He leído dos libros relacionados con África, uno de ellos escrito por un sueco, Henning Mankell, el autor de la serie sobre el detective Kurt Wallander, llamado El ojo del leopardo, y otro de una autor que no conocía, un egipcio de nombre Khaled al Khamissi, cuya título Taxi, sirve de unión a una serie de relatos cortos contados por taxistas de El Cairo.
En la dos obras está África, en una de ellas Egipto, con su vida difícil su desencanto político y sus problemas se supervivencia, y más especialmente El Cairo, una gran ciudad que debe tener miles de problemas, a los que nos asomamos a través de unos personajes que son muy peculiares en cualquier sitio, los taxistas, pero que en esta ciudad son especialmente curiosos; entre otras cosas por que parece ser que hay alrededor de 80.000, porque negocian el precio y porque viven circunstancias muy exóticas, como una ley que permitía que cualquier coche antiguo se convirtiera en taxi... A pesar de la anomia política y social de estos personajes, la obra tiene un trasfondo positivo, hay varios filósofos al volante y el mensaje parece ser que la lucha por la supervivencia es dura pero hay que mantener cierta alegría y deportividad.
El ojo del leopardo es menos contemporizador y plantea un panorama más obscuro, con una violencia soterrada que a veces estalla. La historia es la de un sueco humilde que no consigue estudiar derecho, ni salvar a su amigo Sture de la parálisis ni a Jeannine, la chica sin nariz, y que queriendo hacer realidad los sueños de ésta viaja a Zambia, en busca de unos misioneros. Aterrado y atrapado por África, por una serie de casualidades se ve a cargo de una granja avícola y allí permanece 20 años, debatiéndose entre las buenas intenciones de ayuda al desarrollo y la neurosis de la desconfianza y la violencia latente.
De este libro inquietante me han gustado dos cosas especialmente, una la lógica aplastante del lenguaje de los africanos, unas respuestas tautológicas que hacen los hacen inasibles y otra la fe del protagonista de que el futuro de África está en la mujeres.
Ya sé que esto último parece un recurso fácil al feminismo, pero hay que verlo solo como una brizna de esperanza en un océano de desesperanza. No estoy segura racionalmente de que esto sea cierto, pero tengo la intuición de que eso es cierto, de que son ellas las que pueden hacer una revolución silenciosa, y sobre todo, no sangrienta.

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