lunes, 2 de septiembre de 2019

Uno, el efímero gato feliz

No sé dónde nació Uno. Lo encontré en la puerta de la casa de mi hermana, una mañana en que los pájaros saludaban el día con sus trinos, hace ya cinco años.
Pensaba que era una gata, y la llamaba Luna, quizás porque hasta entonces solo había tenido gatas. Pero era un gato. Un gato tierno, cariñoso, pacífico.
Llegó y se adaptó a Coco y a Pepa. Coco que se cree un doberman, no un yorkshire mayorzote, enfermo y cascarrabias; y Pepa, una eterna cachorra cruce de boxer y sabueso. Luego llego Batman, un mestizo de caza, con un año de miedos a cuesta, tras vivir en un parque y a salto de mata y también él se aficionó a su calma dichosa.
Tranquilo, siempre que había tensión o dudas, se "rendía". Uno fue un explorador de toda la calle, querido por todos mis vecinos-amigos, jugando con sus niños, vigilando sus casas y o ocupando todos los sitios relevantes, frescos o calientes según temporada, y transitados, donde dejarse acariciar por todos, vecinos, dueños de perros, e incluso por los propios perros.
Uno se subía a nuestra cama, y encima de mi espalda o de mis pobres abdominales, me masajeaba, ronroneando profesionalmente.
En cinco años ha elegido siempre los lugares más cómodos de la casa ha disfrutado cada instante con sosegada fruición.
Pero hace dos jueves se lanzó a cumplir con su papel de defensor territorial y un gato grande, solitario y quizás enfermo, se peleó con él y le ganó y lo mató.
Mi gata Cuca, la estirada e independiente, a la mañana siguiente olisqueaba el sitio donde su cuerpecito había caído, y en todos los sitios donde normalmente se aposentaba, ella que le había ignorado durante todo su tiempo, ya le añoraba. 

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