jueves, 14 de agosto de 2014

Sobre el arte y la belleza y todo lo que no es, supuestamente, imprescindible.

Mañana empieza el puente más famoso del verano, el del 15 de este mes tórrido que aquí y ahora no lo es tanto. Mientras, continúo mi navegación, suave y pausada en algún sentido, frenética en otros.
Y os traigo dos libros más que me he leído en estos días, uno corto y otro más largo (195 páginas contra 1143)
El corto es un Sellerio, uno de los libros de esta editorial de Palermo, que cuida tanto la forma como el fondo, con esa factura tan cuidada y sencilla. Se trata de una obra de Marco Malvaldi, autor nacido en Pisa en 1974, que tiene en sus relatos negros bastante ingenio y humor y que ha creado un escenario clásico  - el bar Lume- con sus jubilados investigadores plastas y su dueño Máximo, tan dado a meterse en los líos por culpa de estos.

Pero esta novelita negra es independiente de esta serie y trata de un estudio genético realizado en el pueblo de Montesodi Marítimo para encontrar las causas de la fuerza descomunal de sus vecinos, así como de otros caracteres genéticos, como grandes orejas o dientes separados. Pero en medio de esta invetigación se cruza una gran nevada y un crimen que parecería muerte natural si no fuera por la sabiduría del protagonista, Piergiorgio Pazzi, que junto con Margherita Castelli llevan a cabo la investigación, un genetista y una archivera. La historia es clásicamente bien diseñada y mantiene hábilmente la atención. No sé si Malvaldí está muy traducido al español, pero me temo que no.
El siguiente  libro no sé si considerarlo un bestseller, y tampoco me importa cual sea su consideración. Se trata de la segunda novela de Donna Tart y se llama El juilguero, como el cuadro de Carel Fabritius que se exhibe en el museo Mauritshuis de La Haya. Es en cierto modo una novela de iniciación y también una intriga policíaca, pero es sobre todo una reflexión sobre el bien y el mal y sobre la belleza. Aunque no sé si puedo estar de acuerdo con todas las opiniones que defiende la autora, la historia, a pesar de su difícil verosimilitud,  se sostiene y te mantiene pendiente de las desventuras de su protagonista Theodoro Decker. 
La historia empieza con un atentado en un museo y con la muerte de la madre del protagonista, así como un robo de arte, el de la obra El jilguero, que está siendo exhibida allí en una exposición temporal. De ahí surge todo un río de tristeza y angustia para Theo, que tiene 12 años y es el autor del robo, así como innumerables peripecias, que le llevaran a conocer a uno de los personajes más poliédricos, Boris un polaco-ruso que vive en Las Vegas y que en cierto modo representa el mal, pero que para mí es uno de esos malos intrínsecamente bondadosos y leales. Junto a él, el personaje de Hobie, literal e inequívocamente bondadoso y un sin fin de personajes complejos e interesantes, incluidos el padre de Theo o la señora Barbour. 
En fin, lo que parece más difícil es que la obra tenga un final más o menos feliz, y eso me recuerda a ciertas películas de Almodóvar, aunque sin la vena de locura ochentera.
En fin dos buenas historias y la segunda sobre todo que hace reflexionar sobre lo que la belleza hace en nosotros, como nos da la ilusión de eternidad.
Y Nueva York es otro protagonista con peso en la historia.
Leed El jilguero y hablamos

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