Hay libros que quedan para siempre en el recuerdo, más allá de los detalles de su argumento o de los nombres y lugares. Eso me ocurre con
Rayuela, leído allá por los años 70 o 75. También de esa época es la lectura devoradora de
Bomarzo y un poco anterior la de
Cien años de soledad. Este último fue de los que abren el apetito lector. Unos años antes, coincidiendo con los años de la primera adolescencia, leí como quién bebe muerto de sed libros como
Jane Eire y
Cumbres borrascosas y mucho
Wescenlao Fernández Florez, cuyas obras completas de
Aguilar tuve muy a mano ...
Y antes aún toda la Colección Historia y la historia del Príncipe Valiente. Leer es mi Hotel Existencia, allí donde me libero de todo aquello que me ata: el trabajo estresante, la imposibilidad de abarcar todo lo que deseo o la limitación de la libertad.
La libertad, esa permanente tarea por construir, es algo que incluye en gran medida el tiempo de leer sentado bajo un árbol (o encima de él, escondido entre el ramaje de una morera) o al lado de un buen fuego en el invierno
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