miércoles, 25 de noviembre de 2015

...Que tenemos que hablar de muchas cosas.

Te vi por primera vez en el vestíbulo de mármol de la Biblioteca, puede que en 1988 o 1989. Ya conocía a Montse Ruiz y un día, al coincidir con ella a la salida te conocí, una sonrisa encantadora y una gran personalidad, vestida en blanco y negro;  a menudo Montse Oliván vestía de blanco y negro o de negro total, como una brujita buena.
Luego estuvimos juntas en Clasificación, y después estuvimos años encontrándonos solo en los pasillos y en la cafetería, y cruzando bromas y comentarios sarcásticos (señorita Rottenmeier, la llamaba yo con cierta sorna por su amor a la disciplina). Hasta que últimamente nos tocó compartir un gran desafío, la ley de depósito legal electrónico, un importante cometido del que nos hicimos cargo para conseguir que la era de Internet no supusiera una nueva edad obscura digital.
Montse llevaba mucho lidiando con la redacción de la ley de depósito legal de materiales no digitales, que después de muchos avatares se había aprobado en julio de 2011. Para ello se había constituido un magnífico grupo de trabajo con bibliotecarios de todas las comunidades autónomas.
Montse lideró ese grupo con gran destreza y sobre todo con gran humanidad. Sin la mas mínima ingenuidad, pero con amabilidad y saber hacer consiguió algo que no es común y menos en este país: una colaboración estrecha y una obra de todos y para todos. 
Esta red, y el conocimiento de ella que tenía Montse, ha sido imprescindible para la buena navegación de la ley digital, que contó además con el equipo de la BNE de archivado de la web y con la experiencia catalana y vasca. (Ver PADICAT y ONDARENET)
Montse estuvo siempre ahí, pura energía e inteligencia, previendo los problemas antes de que se plantearan, siempre pendiente de todos y cada unos de los elementos en juego. Feliz y entusiasta siempre.
Ella supo ponerse el mundo por montera cuando hizo falta y ser al mismo tiempo una persona respetada por todos, sin necesidad de mostrar su fuerza y su autoridad porque eran patentes, cariñosa y amable, dispuesta ayudar siempre que era posible. Alguna vez tuvo que luchar también a cara de perro, pero esa no era la verdadera Montse, medio donostiarra medio catalana, feliz con las plantas y con el mar. 
Te has ido de repente, después de cuatro meses de penosa enfermedad, llevada con toda tu paciencia y acompañada de tu amor y tu compañera, la otra Montse. 
Por siempre te guardaremos en la memoria. Compañera

viernes, 20 de noviembre de 2015

Más allá de mis penas personales

Decíamos ayer... dicen que dijo Fray Luis de León al volver a su cátedra después de cinco años. Yo llevo menos sin venir por aquí, y no puedo compararme con él de ningunas de las maneras, pero en cierto modo esta es mi manera de retomar esta forma de hablar conmigo misma y con dos o tres amigos lectores.
Hoy quiero hablar de penas y de su contrario, la alegría, el gozo vital. El título de esta entrada, un fragmento de la poesía La poesía es un arma cargada de futuro, de Gabriel Celaya, alude a la responsabilidad social en los males de todos, el hambre, el odio, el dolor sin más. El poema es el fruto de los tiempos y me trae recuerdos de una Marina más joven y de muchos amigos, algunos incluso ya desaparecidos.
Pero esto es normal cuando una tiene ya tantos añazos, es fácil no coincidir con una misma y también que muchos amigos del alma ya no estén, por una u otra razón. Pero de lo que quiero hablar es de como nos enfrentamos a nuestras penas personales, mas o menos gordas, en los momentos actuales. Y lo voy a resumir de un modo un poco grueso: nos hacemos demasiado caso. Unas cuantas generaciones se han olvidado de que el dolor forma parte de nuestro yo tanto como la alegría, la belleza o o la bondad. La pena y la tristeza son la otra cara de la alegría de vivir y aunque no debe uno enfangarse en ellas, tampoco hay que negarlas ni es posible dejar de pasar esos  tragos. 
Y las penas personales son eso, personales, y por importantes que sean o nos parezcan, la pena de los de los demás puede ser enorme, monumental, inmensa, y parece desconsiderado poner la nuestra por encima de las suyas, especialmente en estos tiempos tan convulsos.
La alegría, el gozo de vivir, por el contrario, es para compartir, para disfrutarla en compañía y contagiarla y dejarse contagiar. Y hay que defenderla, como dice Miguel Hernández, como hay que defender todo lo que nos hace más humanos, la risa, el amor, la belleza y la sabiduría.
Así sea