domingo, 9 de junio de 2013

Señores, ¡He leído un libro!

Si.Y un libro que no tiene nada que ver con el trabajo, que no tenía que leer para saber más, sino que quería leer, una novela negra comprada en el supermercado y terminada gozosamente a las 3 de la madrugada del sábado. Una de esas novelas que los ingleses llaman page-turner. Hace meses que soñaba con caer en la tentación y ha sido magnífico.
Recuerdo que de joven tenía dos sentimientos respecto a la novela negra: un cierto desprecio hacia un género que ingenuamente consideraba menor, y miedo, un rastro de los temores infantiles a la obscuridad y los monstruos que la poblaban.
En estos momentos, me da igual si el género es mayor, menor o ni siquiera existe. Sueño con sumergirme en otras vidas, en historias diferentes a la mía, para mi tan manida. Y el miedo que puede atenazarme es mucho más sutil y a pleno día. He dicho más de una vez que me gusta la novela negra porque, a diferencia de lo que ocurre en la vida real, los asesinatos se descubren y se sabe una verdad, y los crímenes se suelen pagar.
Dejando a un lado el suspense, la novela en cuestión es creo que la quinta de la escritora de Kiruna, Asa Larson y se llama Sacrificio a Mólek. En ella hay crímenes encadenados en busca de una herencia, crímenes que se hacen pasar por accidentes, un ataque de un oso, un atropello, y también un supuesto crimen de un loco. Y niños y perros. Y como siempre la fiscal Rebecka Martinson, la supuestamente frágil mujer que termina metiéndose, como es habitual, en la boca del lobo. 
Ni siquiera el tomar conciencia que ese meterse en la boca del lobo es un recurso estilístico repetitivo de la escritora ha supuesto una rebaja de la emoción de la lectura, a las tantas de la madrugada... ¡Cuántas madrugadas iguales, en la casa de mis padres, estudiante de bachillerato y de universidad! Hubo un tiempo que pensé que quería vivir de noche, o mejor que dormir era una pérdida de tiempo. Claro que tenía muchísimos años menos, y no me levantaba habitualmente a las 5.30. Y pensaba que la vida nos había sido dada para exprimirla como un limón, para llenar "el minuto inolvidable y cierto de sesenta segundos que te lleven al cielo…." O acaso al infierno más cercano.