viernes, 18 de abril de 2014

Hoy todas mis lecturas son de Gabo

Tendría muchos libros que comentar hoy, desde Las ciegas hormigas, de Ramillo Pinilla, a El olor de la noche de Andrea Camilleri, o la obra del director de cine, Fernando León de Aranoa, Aquí yacen dragones.

Pero Gabriel Garcia Márquez se ha muerto y todos los que leímos hechizados Cien años de soledad o Crónica de una muerte anunciada, o El coronel no tiene quien le escriba o La increíble y triste historia de la Cándida Eréndira y su abuela desalmada, estamos hoy tristes, aunque agradecidos y tenemos una deuda que pagar.
Garcia Marquez nos devolvió la literatura en español en los años 70, y la magia de las palabras, por encima del realismo mágico y de cualquier otro concepto acuñado a posteriori del deslumbramiento.
Puedo recuperar incluso el olor del papel en la edición de la editorial Sudamericana, el volumen de 352 páginas tan cómodo de leer, y el árbol de la familia de Aureliano Buendia, que creo que se insertaba al final.
La fruición con que devoraba las páginas, robando minutos a los estudios a la obligaciones familiares, y la tristeza cuando me quedé sin el millón de historias que contiene esta novela. Y mil personajes, la bella Remedios y la abuela Úrsula.y un personaje especial, el pueblo entero de Macondo
Y detrás de los Cien años..., La hojarasca, El otoño del patriarca...
Millones de palabras que hacen soñar, que crean mundos con más realidad que muchas realidades desleídas  y sin carne. Eso que nos has dado, Gabo, nunca podremos pagártelo totalmente. Todos tus libros crean un mundo tan grande como el mar y su capital es Macondo.
En ese país que es la lectura, tu eres el poblador más verdadero.

--ooOoo--

No estoy contenta de estas lineas, y aprovecho y añado las suyas, que son magníficas:
Una noche, mientras Meme estaba en el baño, Fernanda entró en su dormitorio por casualidad, y había tantas mariposas que apenas se podía respirar. Agarró cualquier trapo para espantarlas, y el corazón se le heló de pavor al relacionar los baños nocturnos de su hija con las cataplasmas de mostaza que rodaron por el suelo. No esperó un momento oportuno, como lo hizo la primera vez. Al día siguiente invitó a almorzar al nuevo alcalde, que como ella había bajado de los páramos, y le pidió que estableciera una guardia nocturna en el traspatio, porque tenía la impresión de que estaban robando las gallinas. Esa noche, la guardia derribó a Mauricio Babilonia cuando levantaba las tejas para entrar al baño donde Meme lo esperaba, desnuda y temblando de amor entre los alacranes y las mariposas, como lo había hecho casi todas las noches de los últimos meses. Un proyectil incrustado en la columna vertebral lo redujo a cama por el resto de su vida. Murió de viejo en la soledad, sin un quejido, sin una protesta, sin una sola tentativa de infidencia, atormentado por los recuerdos y por las mariposas amarillas que no le concedieron un instante de paz, y públicamente repudiado como ladrón de gallinas. 

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