jueves, 2 de abril de 2009

Serendipidad lectora

Me gusta leer en y por el camino. Es decir mientras viajo en tren y lo que encuentro inesperadamente en mi vida cotidiana. Lo bueno de ser ya talludita es que ya no tengo que crearme un acervo cultural ni nada de eso. pero vamos, que siempre he leído lo que se me antojaba, además de lo obligado.
Mis días están cercados de libros como objetos físicos que no puedo abrir y a menudo tampoco los veo ni los toco aunque siempre estén ahí (sus representaciones, los registros; su casa, la biblioteca; su música, las palabras).
Pero siempre hay un momento en que puedo tocarlos, hojearlos, leer solapas y contraportadas y quedarme prendada de una idea, un ambiente, un personaje... No importa lo poco selecto que sea el dispensador de libros: un supermercado, una de esas horribles máquinas expendedoras de libros, raro es el lugar donde entre muchos otros yo no encuentre alguna historia afortunada que me arregle el día.
Mientras se produce este fenómeno, esa serendipidad, voy leyendo otras cosas que ya he leído en otro idioma, aunque con menor entusiasmo. Así estaba yo la semana pasada, con The Corfú trilogy de Gerald Durrell y otros libros en inglés, cuando en una visita al super, entre otros mil libros me tocó la frente uno, Lo que perdimos, de una joven autora que no conocía de Catherine O'Flynn. En la contracubierta contiene una pequeña reseña que habla de una pequeña detective desaparecida, Kate Meany, "solitaria y perspicaz" y de un centro comercial en Birmighan, Green Oaks.
Es una historia de intriga, se dice, de fantasmas. Pero yo lo he leído como una historia de soledades y de vidas apagadas y equivocadas. Los personajes son vulgares, un guardia de seguridad con una padre a la vieja usanza, una ex punk que ahora trabaja en una tienda de discos, su hermano el licenciado sin aspiraciones...
Hay un misterio que resolver, cómo desapareció Kate y por qué se aparece en el centro comercial, pero es sobre todo la novela de la soledad de la invisibilidad (y también de su contrario, el sentimiento de ser siempre observado)
Y también el paisaje es el protagonista, un paisaje arrasado de las afueras de las ciudades, donde las naves industriales están siendo sustituidas por los centros comerciales y por las nuevas zonas residenciales. Se trata de una belleza raída de fin de milenio, una estética postmortem del desarrollo industrial.
Lo peor de esto no es la duda de si será o no una lectura edificante (creo que podré vivir con ello), sino lo condenadamente rápido que se acaban estos libros caídos del cielo.

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