lunes, 19 de junio de 2017

Nunca fui a Pamplona, ni tampoco a Elizondo

Yo parezco de una generación anterior a la mía, apenas he viajado a pesar de lo mucho que me gusta, me entusiasma desde siempre, pero hay infinidad de lugares que siguen formando parte del territorio de mis sueños. Navarra entera, entre ellos. No sé si es falta de iniciativa, de recursos económicos (en muchas épocas así ha sido) o simplemente haberme empeñado en no examinarme del carné de conducir cuando era joven.

El caso es que que esta carencia supone mucha ignorancia, paliada solo por las lecturas, por la imaginación, sumada la de los creadores y la mía propia. Yo soy del sur y conozco mal todo el norte de España; mal, Galicia, Asturias, el País Vasco, y por supuesto, Navarra. No digamos, Pamplona, el valle del Baztán y Elizondo

Desde este triste desconocimiento me he enfrentado a la Trilogía del Baztan, de Dolores Redondo.Y he entrado en ese universo de lluvia, magia y naturaleza poderosa. y un cierto misticismo norteño de resistencia, que tiene su correlato sureño: tanto en el sur como en cualquier parte, la resiliencia, la resistencia ante la adversidad, la conformidad con el destino (que no el conformismo), hacen que nos enfrentemos a la vida, hace posible que nos levantemos después de cada desastre.

Que la novela y sus tres partes son absorbentes y apasionantes, no hay ninguna duda. Desde El guardián invisible, la primera parte de la obra, hasta Ofrenda a la tormenta, la trepidante tercera parte, pasando por Legado en los huesos, las páginas volaron ante mis ojos, como ha ocurrido con miles de personas en medio mundo. Amaia Salazar se nos hace muy próxima, a pesar de su desdichada biografía y aunque hay más asuntos abiertos de los habituales en estas novelas negras en el conjunto de las tres partes, las terribles historias nos atrapan y forman parte de nuestros miedos más atávicos.

En otra dimensión está Patria, de Fernando Aramburu, y a mi me parece una obra profundamente delicada con un tema tan sensible que aún despierta enormes flujos de dolor y de rabia. Esta obra se argumenta sobre la banalidad del mal; de como, sin darnos cuenta, sentimientos pequeños generan enormes males, de cómo es posible hacer una montaña de un grano de arena, y cómo esa montaña va creciendo y creciendo y envenena nuestras vidas durante bastantes décadas. 

Ambas obras son magníficas, cada una con un carácter distinto, pero es hermoso pensar que puedes conocer algo que no has visto, que tus pies no caminaron, que no formó parte de tus genes, gracias al trabajo de unir palabras y sentido, de dar forma a los soñado y lo vivido. Gracias, Dolores, gracias Fernando, cuánto me gustaría trasmitir algo parecido a lo que vosotros me habéis hecho vivir, mas vívidamente que lo que llamamos realidad. 

Si la infancia es nuestra patria más auténtica y certera, los libros son nuestro universo más amado.

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