domingo, 8 de julio de 2012

Casa de las Titas

Siempre soñando con escribir e inventar mundos y hasta me cuesta describir tiempos pasados. La Casa de las Titas existió, aún existe en Pedregalejo, en la calle Vicente Espinel, que es una calle con una cuesta endiablada por cuyas aceras escalonadas nos tirábamos a tumba abierta para ir a la tiendecilla que había abajo o para correr hacia la playa, pastoreados por mi tía Maruchi, que tenía el valor reconocido de llevarnos a los ocho hermanos a la playa, y sobre todo, de cruzar la "terrible" carretera que separaba su casa de la arena, además de las vías del tren.
Los hermanos de mi padre eran 8 (más 5 más que murieron de chiquititos), pero solo uno era varón, mi tío Aurelio, las demás eran todas chicas, de las cuales sólo mi tía Isabel se casó, las otras cinco eran solteras y vivieron con mi abuela Teresa hasta que murió y luego se quedaron a vivir en la casa de Vicente Espinel, que todavía existe, pero que ya no es ni sombra de lo que era.
La casa tenia un pequeño jardín delantero con un parterre romboidal en el centro con un árbol de hibisco rosa (que en Málaga llaman Pacífico) y con cuatro parterres perimetrales. Al cruzar la puerta de madera (partida por la mitad longitudinal y transversalmente) entrabas en un pasillo o antesala, a la derecha quedaba el cuarto de Tita Tere y Tita Maruchi y a la izquierda el cuarto de la Abuela mientras vivió y luego una salita donde estaba el tocadisco. Luego había una sala de estar grande con una mesa redonda y a la derecha una puerta daba entrada a la cocina, larga y estrecha y con fregaderos de granito, me parece. 
A la izquierda estaba el dormitorio de Tita Lola, Tita Pilar y Tita Victoria y al fondo el de Tito Aurelio y cuando esté se casó, se instaló un baño al que no había que acceder por la terraza, como ocurria con el originalmente existente.
Por que la casa tenía una magnifica terraza, a la que se abría la sala de estar bajando un escaloncito que servir para intentar sentar y calmar a mis hermanos y a mi tras un día de playa y de juegos en el terreno mágico que había más allá de la terraza, tras el aseo obligatorio y controlado firmemente por Tita Maruchi. 
La terraza era su reino, a su alrededor muchas de plantas en macetas: geranios, aspidistras, helechos y por la parte frontal un seto de celestina y dama de noche. La terraza tenía un toldo plegable que la convertía en un lugar fresco y agradable y que además, más que fregar se regaba.
Bajando unas escaleras de ladrillo visto a la izquierda se bajaba al terreno, primero a un bancal intermedio y finalmente a la parte más baja, donde había un pozo excavado en el suelo y tapado con una puerta metálica a la izquierda y una higuera a la derecha, además de un manzano. Hacia el fondo estaba la caseta semiderruida donde se guardaban muebles y trastos viejos y que nos producía cierto temor. Pero delante había un árbol, no sé de que tipo, en cuyas ramas había un columpio y yo jugaba a ser Pinito del Oro, que era una trapecista de aquellos tiempos.
Arriba, en la casa, cada tía tenía su función: Tita Tere trabajaba fuera y era la única que aportaba algún dinero y por lo tanto estaba exenta de tareas domésticas, era guapa y graciosa, pero un poco "rejoía" como se decía en Málaga. Tita Lola es la que hacía la compra diaria, además de enseñar a leer, escribir y rezar a todos los sobrinos (a mi hasta tres y cuatro veces, no sé si era la dislexia o un auténtico desinterés). Tita Pilar cocinaba, y lo hacía muy bien con los pocos medios que había en aquellos años. Tita Maruchi era el cuerpo de casa, barría, limpiaba, nos refregaba a nosotros y nos llevaba a la playa.
Tita Victoria no recuerdo que hiciera nada especial en casa, era un verso libre, hacía deporte con la Sección Femenina y salía con los amigos, era simpática y tenía un aire diferente a las otras. Mis tías vivieron la guerra y fueron solteras en la Andalucía de la segunda mitad del siglo XX, y cumplieron con gran parte de los tópicos de esas circunstancias. Menos Tita Victoria, que se puso el mundo por montera y se fue a trabajar a Francia, a París y vivió allí su vida hasta la jubilación. Mi tía Victoria no fue una rebelde, ella aceptaba aparentemente todas las convenciones, pero mantenía una actitud crítica y socarrona sobre casi todo, se reservaba su opinión cuando lo creía conveniente y cuando no, la expresaba en forma contundente. 
Con mis hermanos mayores, con Vimy, Javier, con Maite y conmigo tuvo un trato estupendo, aunque creo que su preferida era Maite sin ninguna duda. Yo la adoraba, para mí era guapísima y listísima y simpatiquisima y tenía más mundo que nadie. Yo le debía de hacer gracia con mi torpeza y mis salidas y para mi era la más querida de mis queridas tías. Me gustaría poder describir su voz, que era dulce y tenía un deje precioso, además de una sorna importante y que aún conservaba cuando la vi hace cuatro años, a sus 84 primaveras.
De todas mis tías, es la única superviviente hoy, de vuelta de su recorrido vital, y según comentan está perdiendo la cabeza (dicen que porque habla con la tele, ¡como si eso no lo hiciera hoy en día casi todo el mundo!) y el "sanedrín" de mis hermanos estudia la manera de ayudarla. Yo siento que ella no va a dejar que la ayudemos de ninguna manera, sino que hará como siempre su santa voluntad y que la única manera de ayudarla es convencerla de que se está mejor mal acompañada que sola, y no sé si lo vamos a conseguir

3 comentarios:

  1. Como buen amante de la nostalgia descontrolada, he disfrutado mucho de este post, que tiene mucho sabor y mucha ternura. ¿Cómo te ha dado por ahí? La nostalgia viene como una ventolera incontrolable.

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  2. La nostalgia ya no es lo que era es el titulo de unas memorias de Simone Signoret que leí. y me gustaron. Pero viejo y nostálgico son sinónimo, creo yo, o yo siempre lo he sido, ambas cosas.
    Me encantaría. poder transmitir la voz de mi tía Victoria, es tan especial...

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  3. La fuerza de la palabra... me ha encantado compartir tus recuerdos. Inge

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