¡Qué regalo la luz en casa en esta mañana laborable!. Ha sido una noche helada y obscura y al despertarme la casa está fría y hay una luz cenicienta y triste. Poco a poco, surge un rayito dorado que va despertando las cosas: se posa en el verde de las plantas de la cocina y las convierte en una selva exuberante, por las ventanas va entrando poco a poco ese sol que recobra el color de las paredes, los muebles, los objetos diarios; que va reinventando de nuevo el mundo.
A pesar de lo que cae afuera, mis aguerridas gatas maullan para que las deje salir, Pirracas se arrepiente pronto y vuelve enseguida al calor de la chimenea ya encendida; la otra es más obstinada y se incrusta en la maceta del alféizar de la cocina a esperar que el sol la caliente, como es su obligación respectiva (la del sol, calentar; la de cualquier gato que se precie, calentarse al sol).
Para el jardín, como es sabido, nada hay más mortal que este sol tras los hielos nocturnos. Y además es verdad que el frío es algo difícil de combatir para quién trabaja a la intemperie o vive en casa mal equipada. Pero no estropeemos la gloria de esta mañana sin prisas, sin teléfonos y sin tiempo.
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