jueves, 21 de abril de 2011

Sigo aquí y se acerca el día del libro

Desde que no he vuelto por este blog, muchos libros se han cruzado en mi camino. Además, ya estamos cerca de otra conmemoración más del día del libro, el 23 de abril, día de la muerte de Cervantes, de Shakespeare y del Inca Garcilaso de la Vega, que este año además es Sábado Santo y queda un tanto desvaído envuelto en esta lluviosa Semana Santa. Y como corren tiempos duros, este año la fecha está dedicada al derecho de autor.
A mi me gusta el modo catalán de celebrar esta fecha regalando rosas y libros y siempre me acuerdo de la canción de Serrat, Els vells amants:

I per Sant Jordi ell li compra una rosa
embolicada amb paper de plata
I per Sant Jordi ell li compra una rosa
mai no ha oblidat aquesta data...

Pero ahora, primero quiero hablar del último libro de Asa Larson, La senda obscura, que para mí es el más redondo de los tres que he leído de esta autora sueca de novela negra. Aunque aparecen sus dos personajes de las anteriores entregas, la policía Ana María Mella y la atormentada abogada Rebecka Martinsson, los verdaderos personajes son aquí los aristocráticos hermanos Watttrang y su amigo de la infancia, que se traen entre manos negocios lo bastante turbios para producir la muerte de Inna Wattrang y para llevar al sorprendente desenlace final. Aunque hay que afirma que se trata de una novela desigual, cuyo ritmo es interrumpido a menudo con regresos al pasado, a mi me parece una novela mejor que las anteriores y que supera un poco el prejuicio de la religiosidad nórdica extrema.
Después he leído un libro inesperado de un autor que no conocía, Todo eso que tanto nos gusta, de Pedro Zarraluki. Podría definirse como una novela de sentimientos, que no quiere decir sentimental, sino que quiere decir que no se trata de una novela de acción, aunque si que ocurren cosas, sino que el acento está puesto en los sentimientos entre un padre algo decrépito y su hijo, y una madre también muy particular. Y viene a decir que ser viejo no es estar muerto y que también se puede trabajar y gozar después de la jubilación. Y el lugar en el que se desarrolla también ayuda, se trata de un pueblo del Ampurdán, que da vida a hermosos personajes como la criadora ciega de rosas Paquita y su frase magistral "¡Qué trabajen los motores!"
El último que he leído es Riña de gatos de Eduardo Mendoza, que para mi hace mucho que no está a la altura de sus irreverentes primeras novelas. En esta recobra algo de esta al narrar los meses previos al golpe militar del 36 en Madrid, con un ambiente revuelto por las algaradas de los falangistas y de la extrema izquierda. La óptica del personaje principal, un inglés ingenuo y algo tontaina, crítico de arte y apasionado por la obra de Velázquez, convierte alguno de los dramas de la época en una especie de pantomima o en una reducción al absurdo de los personajes más importantes de la época.
En fin, hoy y siempre, libros. Y el día 27,  leemos en público y en voz alta

domingo, 3 de abril de 2011

Sobre la tolerancia

He nacido en un país y en una época en que la mención más frecuente a la tolerancia era la temible expresión "santa intolerancia", es decir que era un concepto muy poco apreciado, porque solo se hablaba de su opuesto.
Tanto es así, que todos tenemos cierta desconfianza de la palabreja y nos parece algo un poco blando y desde luego indicador de cierta debilidad.
Pero mi madre hablaba siempre de la tolerancia como de una virtud de ciudadanos y, lo que es más y mejor, de personas enteras y verdaderas. Y lo decía en ese medio ambiente poco propicio, lo cual tenía su mérito, indudablemente. 
Y el tiempo pasa y seguimos siendo un país de intolerantes, y además las personas siguen apreciando más la intolerancia que la tolerancia, y de acuerdo con esto, sólo cuenta la opinión propia, la verdad propia; y con todo este tráfago, lo primero que se pierde es inteligencia y conocimiento, porque ambos nacen de la suma y no de la resta, de saberes y voluntades.
Ahora que hay crisis, mucho más. Y sin embargo sería momento de ser tolerantes y de oír y entender al que no piensa como nosotros, para intentar encontrar soluciones entre todos a los grandes problemas que nos afligen. Incluso desde el punto de vista de nuestra estabilidad psicológica, aprender a evitar el estrés y conflictividad que nos ocasionan las personas que no opinan como nosotros podría ayudarnos a crecer enormemente. Nos ayudaría a asumir lo que somos mucho mejor.
Mi madre jamás decía nada que pudiera contradecir las creencias un tanto extremas de mi padre, nada salvo esta llamada permanente a la tolerancia que era más subversiva que cualquier llamada a la revolución. Y me alegro de haberle oído ese discurso y de que aún sea importante para mi ese término. Gracias.