lunes, 24 de enero de 2011

La tierra como principio y final

He terminado A un dios desconocido y quiero levantar acta de las sensaciones que ha despertado en mí, que son bastante variadas. En primer lugar hay una idea que subyace a lo largo de toda la historia, la de que las iglesias convencionales, católicas, protestantes, etc, no soportan muy bien la competencia con otras creencias menos estructuradas y más naturales, a las que ven como una amenaza. Estoy totalmente de acuerdo con Steinbeck y además añadiría que estas religiones convencionales parece que se reafirman en la confrontación, que viven de ella.
Al margen de ideas, en esta novela hay muchas intuiciones y muchas creencias no tan fáciles de aceptar o comprender, pero que tienen un enorme peso en la historia de las personas. Esa creencia en la tierra como madre, aunque a veces sea una madre terrible, está detrás del mito griego de Gea o Gaia, hoy usado como emblema por los ecologistas. Pero es una vivencia de infinidad de seres humanos, no solo los que viven pegados a ella como agricultores o ganaderos, sino muchos montañeros, excursionistas o amantes en general de la naturaleza. 
Es difícil expresar estos sentimientos de unión a la tierra y a la naturaleza sin caer en un misticismo que para un observador neutral tiene algo de exagerado y hasta ridículo; esto sucede a veces a lo largo de la narración de esta obra, generalmente en los momentos más cargados de fuerza dramática.
Pero a cambio, hay indudables aciertos en el tratamiento de lo cotidiano, de la vida diaria en la naturaleza y de la convivencia, aunque sea interesada, con los animales. La propia tierra, que pasa de una situación triunfal de abundancia a un estado de sequedad y desertización total, o los árboles, en concreto el árbol protector que representa al padre, están expresados con mucha belleza. Este sentimiento de comunidad con los árboles me es muy cercano y es hoy muy común, en Facebook hay un hermoso grupo: A mi también me gusta abrazar árboles
Por último, comentar que los ritos de sacrificios ofrecidos a la tierra me parecen un fruto de la crueldad humana, que de alguna manera se quiere atribuir a la naturaleza, quizás con el afán de entenderla.

jueves, 20 de enero de 2011

El tiempo de los emperadores extraños y el arte de titular

Ya hace algunos días que terminé la novela de mi último escritor recién descubierto, Ignacio del Valle. Es una policíaca del obscuro personaje Arturo Andrade, medio espía medio policía... En este caso la novela se desarrolla en Rusia, donde la llamada División Azul, en acuartelamiento próximo a Leningrado, en fechas cercanas al sitio de esta ciudad, sufre varios crímenes de horrible escenografía, parece que relacionados con los ritos masónicos de castigo a los traidores que descubren sus secretos. 
La novela es entretenida, aunque hay mucha batalla y violencia, pero dos cosas son para mi lo mejor del conjunto: una es la elección del título que alude a dos leyendas, la del emperador que paseaba desnudo pensando que lucía un hermoso traje y al nacimiento de una nueva era en el modo de vivir de la violencia,  fríamente y sin motivo.
Este autor crea muy buenos títulos, como le ocurría a Ítalo Calvino entre cuyas obras destacan Último llega el cuervo (No me gusta la traducción española Por último, el cuervo) o Si una noche de invierno un viajero o el sendero de los nidos de araña. Los títulos de Ignacio del Valle, De donde vienen las olas, por ejemplo, o Cómo el amor no transformó el mundo, incluyen un mundo de sugerencias y son atractivos y enérgicos.
Otro aspecto que valoro es el diseño del personaje de Arturo Andrade, sufiecientemente complejo como para ser una persona, débil y cobarde a veces (su traición en Badajoz a los republicanos es de una cobardía épica) y a veces de una audacia increible; reflexivo e impulsivo y plagado de fantasmas en su relaciones con las mujeres (estás para mi están peor pintadas). También es un maestro plasmando las situaciones extremas de la guerra, el hambre, el frío o la falta de amor. 
Me quedan por leer de este autor las dos novelas arriba nombradas y El abrazo del boxeador, pero creo que me voy a dar un descanso, estoy terminando de leer De que hablo cuando hablo de correr, de Haruki Murakami, libro autobiográfico sobre su iniciación en la escritura y en los maratones, que parafrasea el famoso título de Raymond Carver De que hablamos cuando hablamos del amor, que por cierto aún no he leído.
A la espera está A un dios desconocido, de John Steinbeck, que habla de ritos paganos y de un árbol protector talado. También promete hermosas horas lectoras, al resguardo de esta tristeza cenicienta que traen estos días.

viernes, 14 de enero de 2011

Después de la lluvia

Ha estado lloviendo un tiempo que siempre parece eterno. Hoy parece que ha salido sol. Cuando volvía a casa la tarde caía y un nimbo escarlata rodeaba montañas y cielo. Por qué siempre la lluvia parece eterna y en cambio del sol se cansa uno menos, es un tema muy viejo y que responde a aspectos que nos cuesta definir.
Yo, con esta tarde rojiza que anuncia el buen tiempo, aunque todavía quedan muchas tardes cerradas como el alma de los malvados, siempre me acuerdo de los que ya no están y no las pueden ver y ni siquiera pueden equivocarse ni cometer terribles faltas de ortografía, y sobre todo, de todos los que añoramos a alguien y pensamos en lo que puede ser no ser y que alguien te eche de menos. No son pensamientos morbosos en absoluto, se trata de un entrenamiento fácil, mucho más fácil que pensar en la desaparición de aquellos con los que respiras al unísono, eso siempre me hace llorar y me parece imposible de soportar.
A P. le ha pasado, su compañero se ha ido en una madrugada desastrosa y ella está ahora luchando por recomponerse a si misma, juntar sus pedazos y seguir caminando. Siempre cuesta un milagro volver a andar, pero al final se termina avanzando, mirando los montes llenos de la luz del atardecer por los dos. Ya para siempre cuatro ojos, los tuyos y los suyos, y los sueños dentro.
Decir que te queremos ayudar es tontería, solo tú te levantarás con C. de la mano, y dentro de unos años será una historia muy hermosa que ya no dolerá.
Mientras respiremos, y quizás después si alguien nos recuerda, siempre estará el sol ahí.

domingo, 2 de enero de 2011

Por qué se escribe o por qué no escribimos

Hoy el "colorín" de El País trae las respuestas de muchos escritores a la pregunta de ¿Por qué escribe? Como alguno reseña, es una pregunta que se presta a respuestas ingeniosas, que generalmente suelen ser verdades a medias.
Los más sinceros dicen que porque les gusta y porque no saben hacer otra cosa, hasta alguno hace una prolija relación de aquellas cosas que no sabe hacer y que son la causa de que escriba. Se trata de una pregunta tópica y claro está, las repuestas lo son también un poco.
A mi me interesa saber que algún escritor considera la escritura como una consecuencia lógica de la lectura o que alguno escribe los libros que les gustaría leer... Pero más aún me interesa saber por qué no escribimos, en un doble sentido social e individual.
Desde el punto de vista social, no escribimos, no sabemos expresarnos mediante la escritura, no digamos ya sentimientos complejos o pensamientos profundos, no sabemos explicar lo que ocurre ni narrar debidamente una historia, e incluso nos cuesta explicar algunos conceptos menos simples de nuestro quehacer profesional. No sé si, como apuntaba mi padre, se debe a la falta de presencia de lo escrito en nuestra educación o a lo peor es la ausencia del pensamiento en la educación; la instrucción y el adoctrinamiento no son educación y sin embargo en todos los tiempos han ocupado gran parte del programa educativo. Sea cual sea la causa, es un inconveniente importante en nuestra sociedad, y se deriva de él dos consecuencias opuestas: por un lado el enaltecimiento excesivo de quien sabe expresarse medianamente y por otro el desprecio del que escribe y de la lectura...
En lo individual, si cuando nuestras potencias están en su apogeo no las usamos, el arte o la habilidad no se desarrollan; muchos jóvenes que disfrutan de la escritura y que consiguen resultados potables dejan de ejercitarse en el trabajo sin final de escribir y de este modo se muere una veta que les podría producir una gran satisfacción.
Como tantas cosas, la escritura es un músculo, y precisa del ejercicio constante; la falta de este produce la peor sarcopenia, la que impide expresar lo que queremos y nos amputa razón y sentimientos escritos.
Ignacio del Valle, el escritor de El arte de matar dragones, escrito creo que en 2003, ha ido desarrollando músculo, la obra Los demonios de Berlín, del 2009 tiene más carne y más sangre. Aun así, he leído con ganas esta trama del Madrid de postguerra (me ha recordado a Winter in Madrid) y la intriga entre la pintura y la evacuación de El Prado, la iperita y el famoso Oro de Moscú. Pero aunque lo había pedido yo, me equivoqué, porque en realidad yo quería leer antes El tiempo de los emperadores extraños, que está ambientada en el cerco de Stalingrado (como La Aguja dorada, de Montse Roig). No importa, leer siempre merece la pena, la semana que viene leeré El tiempo... Aunque llegue luego el olvido (el normal o el del Alzheimer), la lectura es más vidas sumadas a la vida. Este año, más lectura, más vida