viernes, 31 de diciembre de 2010

Fin de año lector

Acabo de terminar un libro muy discutido, El cementerio de Praga, de Umberto Eco. Es un libro inquietante, su personaje es un malvado "de libro", pero sobre todo es la materialización de sentimientos de odio a lo diferente que, desgraciadamente, son tan frecuentes entre nosotros los humanos. Este odio a lo diferente se materializa en el odio a los judíos, una tradición vergonzante en la que todos los países hemos incurrido. 
Es una novela desasosegante, por eso mismo, además de por su estructura y por un desdoblamiento de la personalidad del protagonista y ha despertado un sin fin de reacciones adversas en la Iglesia. Para muchos es un elogio del mal, pero para mi es una muestra más de la delgada línea que separa a éste del bien; a veces pienso que el mal es un asunto de medida y otras que el mal es un espejo deformado del bien...
No la considero tan buena obra como otras de Eco, pero lo mejor es que nos pone enfrente de nuestros fantasmas más temidos, solo por eso me alegro de haberla leído.
La semana pasada terminé Travesuras de niña mala, me parece una novela entretenida que refleja el dominio total que a veces se produce en las relaciones amorosas, con un amante rendido que sufre las tropelías de "la niña mala". Este dominio se mantiene en términos humanos, pero a la niña mala le toca sufrir una tiranía más brutal, la de su misterioso amante japones. Además de la propia tiranía de entender el amor como forma de obtener privilegios, que la lleva a la ruina total.
En ambos libros está el mal, como agazapado y dispuesto a saltar a la palestra. Pero sigo pensando que compensa hacer el bien, ojala se pueda transmitir esa idea en esta Noche Vieja del 2010 para todos los días del nuevo, a estrenar, 2011. Felicidad para todos

martes, 21 de diciembre de 2010

Puro azar

Puro azar es que yo exista. Se trata de una carrera que ganaron unas células y otras no, quién sabe por qué. El sentimiento de lucha continua, nuestros pensamientos más arcanos, la forma en nos movemos (aunque muchos nietos lo hagan como los abuelos que no han conocido), y hasta la actitud con la que nos enfrentamos a penas y a alegrías son fruto de una combinatoria que da este resultado, pero podía haber dado tanto otros.
Hace siglos que me digo que no entiendo a qué tanto alboroto con nuestro yo y nuestra individualidad: simplemente no entiendo de dónde viene esa conciencia de ser únicos. Conforme envejezco me convenzo más y más que esos yo que tanto amamos son un raro producto. Yo podía ser tú, y aunque muchas otra cosas nos hacen, lo primero siempre sangre y células...
En fin, que me meto en las temidas navidades con la duda atroz de si realmente ser es tener conciencia de existir o es otra cosa, ese manso existir de muchos seres. Y dejar de existir debe ser un fácil dejarse llevar muchas veces. 
Y además está el tiempo, ese misterio que deteriora las cosas y entorpece los sentidos, sin que sepamos explicarnos qué es. El símbolo del tiempo que pasa es para mi la Noche Vieja, pero no es algo amargo, más bien excitante como todos los misterios. 
Quizás esta papilla filosófica, extraña en un temperamento como el mío, propenso más a hacer y a construir, sea el fruto de dos meses demoledores que han molido mis neuronas además de mi espalda, terribles semanas de amontonamiento de trabajo y de tensión. Casi ni he leído, pero la semana pasada conseguí terminar mi eterna lectura, una novela de Paul Theraux llamada The dead hand, que además de ser considerada un thriller, tiene bastante de novela de viaje en cómo cuenta India,  y además quizá también de reflexión sobre el proceso de creación a través de la escritura. Para descansar un poco de la lectura en inglés ahora estoy leyendo Travesuras de niña mala, del reciente Nobel de literatura y me esta gustando bastante.
Pero hay muchos libros, míos y para regalar, en el cuarto donde atesoro los regalos, comprados a última hora de la tarde, tras jornadas leoninas y gracias a la ayuda de M., porque hasta para regalar, y aunque te guste tanto como a mi, hay que tener la neurona fresca. Esos libros nuevos son un estímulo para mi, un almacén de sueños por soñar; ya sean para mi o para alguien que quiero: sin duda será azar, pero este amor está en mi desde mi primer aliento.
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jueves, 2 de diciembre de 2010

El territorio de la infancia

Que la infancia más que un periodo temporal es un territorio es una idea ya muy explotada y que no he inventado yo, pero que sí  me gustaría matizar.
Es un territorio físico, porque siempre está ligado a algunos escenarios, tanto habituales como extraordinarios: la playa, el cole, la o las casas; o una navidad especial...
Y también es un territorio en el sentido más abstracto, el del solar, lo que nos pertenece más allá de cualquier pertenencia material posterior: lo que somos, lo que nos define a nosotros mismos y nuestros contornos. Nuestros juegos, que empiezan a diseñar lo que seremos, nuestras alegrías y nuestros llantos.
Parte de ese territorio abstracto es reinventado más tarde, cuando ya eres mayor, creado juntando recuerdos ajenos y mentiras propias, sin darnos cuenta que ese territorio, el de verdad, está grabado en nuestra carne y en nuestra sangre.
Como es un territorio recreado, tiende a ser mejorado y depurado de lo menos hermoso, resultando al final un edulcorado cuadro: todos tenemos una infancia feliz 
Pero ¿qué ocurre con las infancias de los niños maltratados, heridos, humillados o enfermos, aquellas que es imposible rescatar o embellecer?
Pues que nos dejan adultos sin solar, sin territorio. Porque la verdadera patria es la infancia