viernes, 29 de octubre de 2010

La enfermedad del olvido

Malecón, Santo Domíngo
En estos días, dejándome influir por la reciente concesión del Nobel a Mario Vargas Llosa, he buscado y leído con fruición una de sus obras últimas, que aún no había leído: La fiesta del Chivo, escrita en el año 2000.
Esta obra trata de los últimos días de la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo en la República Dominicana y está narrada desde distintos puntos de vista, incluido el del propio dictador y sus familiares y el de sus asesinos o "ejecutores", así como de personajes que sirven para dar realidad a la trama literaria, como Urania y su padre "Cerebrito Cabral".
Lo primero que se te ocurre con esta novela es que, a pesar del ambiente caribeño y otras particularidades regionales, sientes enseguida la similitud con otras dictaduras más cercanas, aunque en la República Dominicana y en esta novela todo adquiere una intensidad desmesurada, desde la crueldad gratuita y retorcida a la figura del tirano, la amplificación de su poder omnímodo y del miedo que provoca.
Uno recuerda vivamente cómo era el miedo el pegamento que mantenía en pie nuestra dictadura en los últimos años, y como es siempre ese miedo, que no se sabe bien lo maligno que es hasta que no se deja de experimentar, el que atraviesa las sociedades oprimidas y las atenaza.
Además del miedo están los subterfugios, los que usa el poder para justificar sus tropelías, y los que usan los súbditos (estos no son ciudadanos) para evitar levantarse contra ellos.
Como en muchos otros casos, toda la familia del tirano se arremolina a su alrededor y constituye un caldo de cultivo de corrupción y perversión de la sociedad entera: militares, jueces, políticos...
Y eso también despierta un reflejo de maldad que se contagia a todos los comportamientos y determina las conductas más anómalas, incluso en contra de los seres más queridos y en contra de los mejores sentimientos y creencias humanas.
Dos personajes llaman quizás la atención, uno más positivamente que otro; el menos positivo es el de José René Román Fernández (Pupo), líder de la conspiración, a la que hizo fracasar con su conducta errática y claramente neurótica. La narración muestra muy angustiosa y comprensiblemente como el personaje se ve a si mismo tras el asesinato haciendo justo lo que no debería hacer y concitando sobre él las iras y terrores de un régimen rico en ellos, cómo vive los cuatro meses de torturas y cómo abraza finalmente su liberadora muerte... 
El personaje positivo (¿o quizás más humano) es Joaquín Balaguer, el presidente en funciones, que es capaz de reconducir poco a poco la situación política hacia una "democratización" o al menos a atenuar la feroz tiranía de los Trujillo. Y lo hace solo con dos  instrumentos, una inteligencia práctica con visión de largo alcance y, especialmente, una calma que consigue desarmar a sus oponentes más brutales.Tengo cierta curiosidad por saber si la persona real se parecía en algo al personaje.
Este personaje me recuerda en cierto modo a algunos artífices de nuestra transición, que derrocharon valor, sangre fría y calma para encarar las reformas necesarias. Algunos de ellos arrastraban consigo tremendas memorias de los peores años y dos de ellos acabaron sufriendo justamente el mal del olvido, el inmisericorde Alzheimer.
Pero el símbolo de la novela es Agustín Cabral, "Cerebrito", ministro, senador y hombre de bien que destruyó lo que más quería sólo por recuperar el favor del tirano. Toda una metáfora. 

lunes, 18 de octubre de 2010

Sobre adioses y holas

B. se va. Decir que hemos sido amigas, con más de 15 años de diferencia de edad, y con un trabajo duro hecho en muchos casos "a cara de perro", es decir quizás mucho. Y como ya no importa el tema de hacer o no la pelota a un jefe, por tanto es el momento de decir las cosas que uno siente, que a estas alturas del viaje tiene su mérito. 
Creo que lo ha hecho muy bien, que tiene grandes virtudes, incluyendo entre ellas algunas no muy apreciadas, como cierta tozudez que le ha permitido mantener el empeño a lo largo de cuatro años. Cuatro años bastante batallados por ella y su equipo, del que me siento orgullosa de haber formado parte. No siempre han coincidido nuestras opiniones, pero siempre ambas hemos colaborado más allá de éstas, para conseguir unos objetivos generales, mejorar el servicio a los ciudadanos, básicamente intentando poner a su alcance los tesoros que pertenecen a todos, su patrimonio.
Como todo puede y debe ser objeto de juicio crítico, para muchas personas puede que toda esta lucha por la visibilidad de los fondos se considere que ha tenido por resultado una pérdida de calidad; sinceramente yo no lo creo, pero en cualquier caso es prioritario que esté todo accesible y que nuestro servicio público no esté basado en personalismos ni en el voluntarismo.
Llevo 32 años en este trabajo, y sé que antes que ella muchos bibliotecarios honrados y corajudos han trabajado con estos mismos fines y con considerable éxito, pero creo que todos hemos de reconocer que el tiempo que le ha tocado a B. ha sido de cristalización y maduración de infinidad de innovaciones y sobre todo, de inauguración del periodo de cambio permanente. Proyectos internacionales, flujos de trabajos internos, y apertura de nuevos frentes se han visto beneficiados de su continuo afán de renovación.
Después de ella va a llegar C., una gran amiga, una cabeza bien puesta sobre los hombros y un corazón y una energía inmensa. Estoy segura que romperá la tradición española de partir de cero, porque sabe que no hay nada más nefasto que el deshacer lo ya hecho sólo porque lo ha hecho un antecesor. Coincido con ella en preferir incluso que se apunten las medallas quienes no hicieron nada: lo importante es el cumplimiento de nuestra misión, que cambia día a día, haciéndose cada vez más exigente.
Tanto con B. como con C. no sólo he trabajado mucho, sino que también me he divertido mucho, y espero poder seguir haciéndolo con ambas. Por cierto, G., ¿se van a seguir nombrando directoras técnicas en  estricto orden alfabético?
Con C. empezaremos pronto a intentar materializar temas que tenemos muy hablados, y espero que sigamos teniendo tiempo para reírnos de lo divino y lo humano, que es lo saludable. A B. espero verla, también a N., que fue el más joven asistente a una reunión de trabajo que conozco, con solo 3 o 4 días. Además tiene una tarea digna de su santa tozudez, que nos conozcan, que conozcan nuestro trabajo y nuestras lucha continua por poner a disposición de todos lo que se nos ha encargado custodiar y difundir. 
Nada más, ya solo quedan los saludos: hola, C., adiós B. 

lunes, 11 de octubre de 2010

El mucho leer

Si digo que estoy leyendo tres o cuatro libros a la vez, parezco una gran lectora, pero en realidad es justo lo contrario, soy una lectora en dique seco, es decir con crisis de lectura. Sucede a veces cuando uno vuelve de vacaciones y casi nunca cuando uno está muy liado y más cansado de lo habitual: la lectura es un refugio y un remanso de paz en el turbio vivir del estresado.
Digo bien, tengo dos libros en inglés empezados, The collected stories of Richard Yates (que incluye en primer lugar la obra sugerida por F., Eleven kinds of loniless) y The dead hand de Paul Theraux; y además uno español Rosas de piedra, de Julio Llamazares, que recorre algunas catedrales españolas y que realmente es un libro para leer a saltos, me parece a mi. Con Richard Yates me ha ocurrido que a pesar del notable interés de su narrativa, me he topado con un inglés informal, casi jerga, muy difícil para la eterna estudiante que soy de esta lengua. La novela de Paul Theraux es una policíaca ambientada en India y la leo un poco antes de dormirme, cuando ya estoy al borde del desvanecimiento total.
Pero no todos son libros inconclusos, en esto días he terminado tres. El primero de ellos, The garden party and others stories, de Catherine Mansfield, que leí hace mucho tiempo en español pero que casi no recordaba y que leído al tiempo que escuchaba el audio libro que le acompañaba. El segundo es una policíaca de un autor gallego, Domingo Villar, Ojos de agua, que me ha gustado menos que su primera novela, La playa de los ahogados; me parece a mi que en estas segundas partes está menos conseguido el ambiente y la trama de asesinatos y chantajes es más inverosímil, e incluso los rasgos del ayudante aragonés están más estereotipados.
Y Saramago: El evangelio según Jesucristo, una obra que ha despertado las iras de muchos católicos y que está llena de sentido común, de poesía y de bondad. Saramago la escribe lleno de cazurrería, de retranca y de omnisciencia: es lo que tiene el que el narrador sea dios. Muchas cosas pueden escandalizar a los más ortodoxos de éstos, entre otras los amores de María Magdalena y Jesús, o la constante presencia y la ambivalencia del diablo, que es llamado el Ángel o el Pastor; pero lo que debería horrorizarnos a todos sería el catálogo de muertes individuales y colectivas futuras que dios enumera a Jesús hacia el final de la obra.
Saramago es para mi como esos duros/tiernos hombres de izquierdas de antes, con la cruz de su dogma a cuesta, pero con cabeza, corazón y sobre todo agallas; aunque no tiene mucho que ver me recuerda a Labordeta, que se ha muerto recientemente y que para mi ha sido un hombre íntegro y honesto.
En fin, el mucho leer ya sabemos que no es garantía de nada, pero da igual, seguiré leyendo mientras la luz de mis ojos aguante.