sábado, 28 de agosto de 2010

Otro libro de Padura, pero no de Mario Conde

Después de leer Pasado perfecto y La neblina del ayer, de Leonardo Padura, ambas protagonizadas por Mario Conde, he leído una novela algo más difícil, debido al mucho contenido histórico y político y al desencanto ideológico que rezuma, El hombre que amaba a los perros. Cuando sugerí que iba leerla, llevada por mi amor a los perros, C. me contó que trataba de Trosky y que algunos podían considerarla "contrarevolucionaría". Por tanto, sabía que trataba sobre Trosky, sobre su novelesca muerte a manos de Ramón Mercader, pero no que por ella  pasaba toda la decepción de la revolución socialista soviética, toda la historia casi del siglo XX, con Hitler arrasando a Europa y de las miles de componendas debidas al miedo y al ansia de poder.
Por otra parte, la presencia constante de los perros y de sus amantes en esta obra, es un argumento más puesto en boca de quienes dicen que amar a los perros no garantiza ser una buena persona, puesto que se trata de personajes capaces de asesinar, traicionar y engañar. La bondad o maldad de los seres humanos es difícil de medir y además no merece la pena hacerlo, pero a mí me emociona que el personaje de Ramón gaste tantos cuidados para sacrificar a su galgo Dax, enfermo de muerte.
"El hombre que amaba a los perros" en esta obra es Trosky y es su asesino, Ramón Mercader, pero también la tercera voz, la que narra en primera persona, Iván un escritor cubano frustrado, que conoce a Ramón con el nombre de Jaime López en una playa cubana con sus dos borzois (galgos rusos) y que vive atormentado por escribir la historia que va llegando a conocer por Ramón, la historia de su compromiso con un esquivo asesor soviético, de su entrenamiento deshumanizante en Moscú, de su credulidad y su fe ciega en la revolución y el partido comunista, de su historia triste de catalán eternamente añorante de la playa de Palafrugell, de republicano español traicionado por sus dirigentes y por los dirigentes mundiales, que jugaron sus cartas sin contar con el dolor y la muerte que sembraron. Y como bien dice Iván no puedes dejar de sentir compasión por él, por el falso belga Jacques Mornard, por ese personaje pequeño de un drama que afectó a millones de seres humanos y cuya hazaña le costo la vida entera y oír por siempre el terrible grito de Trosky al ser agredido.
Compasión que también sientes por Trosky, quizás porque aunque se habla de soslayo de los errores y desmanes cometidos cuando estuvo en el poder, cuando aparece en esta novela ya es un exiliado irreductible, inasequible al desaliento, cuya familia entera fue purgada de manera más o menos explícita, y al que vemos pasear por países que lo reciben de forma forzada y arrastrar a su mujer Natalia Sedova por el mundo y a veces algún perro, en Turquia un borzoi, en México un perro callejero, recogido por su nieto Sieva 
Es una novela que habla de la perversión de las ideologías, concretamente de la ideas revolucionarias socialistas y comunistas, pero no considero que sea partidista, hablar de las purgas de Stalin es ya posible, desaparecido el miedo que sembró en la primera mitad del siglo pasado. 
Con el paso del tiempo no tengo más claras las ideas, yo diría que al contrario, pero creo que creer en la igualdad de los seres humanos y en la igualdad de oportunidades podrá ser ingenuo, pero es una buena idea directora. Y no sé si es muy contradictorio, también creer en la libertad, en la posibilidad de luchar por la felicidad individual y colectiva.
Mucha historia en esta novela, y aunque a veces se hace dura de leer, es interesante conocer a personajes como Silvia Agelov, de quien se valió Ramón Mercader para acceder a Trosky, parecería un personaje de Woody Allen (personificado por Mía Farrow) si no fuera por que fue real, como Mercedes del Río Mercader, madre de Ramón y personaje esquivo por demás. Mucha historia reciente, con opiniones encontradas aún, y con noticias de hemeroteca (El País, 1978).
Pero de todos los personajes me quedo con Iván, con ese personaje sin suerte que no llega a escribir la obra que le ha salido al encuentro y que toda su vida se la pasa luchando por el día a día, con esa clínica veterinaria creada a base de colaboración de sus vecinos y de milagros cotidianos. Es un ejemplo de que el siglo revuelto ha dado frutos más hermosos que revoluciones fallidas y hombres empuñando piolets contra otros hombres. Hace soñar en que todavía son posibles las utopías para la gente sin suerte.  

miércoles, 18 de agosto de 2010

Y Cádiz...

Ya terminé la novela El asedio, 723 páginas de lectura apasionada, con intriga criminal, hechos más o menos históricos y romance. Y Cádiz.
Cádiz como escenario físico, con plano detallado en la contracubierta y con su luz y su gente, su historia y su sociología. Cádiz comercial, sitiado por los franceses, Cádiz marinero, vuelto siempre hacia el Atlántico y con vocabulario náutico a flor de piel. Aunque la trama de los crímenes esté basada en presupuestos científicos no muy creíbles, aunque abunden algo más de lo debido tópicos sobre como veían a los españoles los franceses, y alguno también sobre el enfrentamiento entre liberales y serviles, en general la novela es hermosa (o así la he sentido yo) porque contiene algo del carácter burgués de la ciudad, de su talante comercial, educado y tolerante,  que hace de esta una de las ciudades más abiertas de Andalucía.
Algo de historia de la gestión de la constitución de 1812 y algo de la guerra, de la llamada guerra de la Independencia contra los franceses, mucha topografía de la zona: Chiclana, Sancti Petri, etc. Y un romance un tanto estereotipado entre un capitán corsario, Pepe Lobo, y una señorita educada y ejecutiva Lolita Palma. En esta historia se ve un poco que Arturo Pérez Reverte considera a las mujeres un poco brujas y egoístas; o quizás a la gente rica, dispuesta a conseguir sus objetivos a cualquier precio.  
De cualquier modo, a pesar de todo es una novela que no está mal, hay que leerla y luego criticarla. Y mientras se lee te sientes en Cádiz, bajo su luz tan especial, frente al mar

sábado, 14 de agosto de 2010

La usuaria novata


Hace más 30 años que trabajo en bibliotecas, pero como usuaria soy bastante novata; me recuerdo como usuaria en la biblioteca de Ibiza, leyendo volúmenes de Tíntín y luego en Málaga, en la biblioteca de la Facultad de letras, en el colegio de San Agustín. También en el colegio en Ibiza teníamos una biblioteca de aula y allí hice mis pinitos de usuaria.
Hace unas dos semanas me he sacado el carnet de Bibliometro y llevo ya leídas dos obras, El tercer Reich de Roberto Bolaño y Ordeno y mando de Amelie Nothomb, y ayer conseguí pedir en préstamo El asedio de Arturo Pérez-Reverte. Me gusta comprar libros, pero empiezan a no caber en mi casa, que es bastante grande y además no tiene mucho sentido, puesto que jamás releo y aunque P. si lo hace, sólo relee determinadas obras.
Me hace ilusión ser usuaria de bibliotecas y pedir préstamo de libros, incluida la incertidumbre de si está disponible la obra previamente elegida, y el que el libro finalmente obtenido no responda del todo a las expectativas, como ha ocurrido con el de Bolaño, el mas flojito de los que he elido de él, y el de Nothomb, que igualmente sólo me ha gustado por el sarcasmo habitual de su autora, pero cuyo argumento es un poco forzado. 
El de Bolaño tiene un mérito especial, narrar la vida en un pueblo costero turístico, y retomar el tema de los sudamericanos subempleados en España, aunque de un modo marginal. En alguna otra obra suya, los vigilantes jurados son sudamericanos, en esta el Quemado es un extraño personaje, que duerme debajo de la montaña de monopatines que alquila de día y se aficiona a los wargames de la mano del protagonista de la novela, Udo Berger.
He empezado El asedio con la pasión de quien empieza una novela de más 700 páginas y con el recuerdo reciente de mi visita a Cádiz y a la Torre Tavira. El principio es bueno, aunque todavía no he entrado  a fondo en harina.
Mi suegra A., de 81 años, dice que a ella le gustaba leer, pero que en donde ella vivía en Madrid, nunca supo que hubiera bibliotecas. Me choca, porque las bibliotecas de Madrid comenzaron a desarrollarse bastante pronto, a principios del siglo pasado. Pero seguro que no eran tantas ni estaban tan visibles como hoy día y eso privó a A. y a muchas personas más de la felicidad y el placer de leer.
Por eso yo disfruto tanto de la pasión lectora, porque sé que no siempre fue tan fácil leer.

domingo, 1 de agosto de 2010

Despedidas de nuestros perros y gatos

D. se murió el jueves y aunque no es mi perro, es el de mi hermana, le conocía y le quería. Por otra parte, siempre que se me ha muerto un animal de compañía le he escrito una despedida, quizás por que ellos no tienen funerales. No se muy bien si deben o no tenerlos, solo sé que me producía cierta desazón  no contar lo que significaron para nosotros, aun a riesgo de que me consideren ridícula. Por eso, allá por el 2000 o 2001, le escribí a mi gata Misa un soneto para rendir cuenta de los 16 años que vivimos juntas, aquí os lo dejo:


Para Misa, mi gata gris




Misterio que apenas pesa,
eterna sombra nuestra
Pisando levemente
entre el cielo y la tierra

De exacto y acerado movimiento,
primero tierna espuma gris
después perfecta felina máquina,
tu raíz verdadera fue de tiempo

Tu escueto silencio te devuelve
a la sombra con la que te fundes,
dormida entre las flores y la nubes

Que tengas sol y hierba, amiga vieja
que te sonrían los astros y los vientos
en el lugar donde se nutre tu ausencia


Para D., cuando me enteré que empezaba su cuenta atrás le escribí esta prosa en mi libretita Moleskine:

"D. se muere. No sé si los animales tienen alma, a veces dudo incluso que las personas la tengamos, pero se hace duro despedirse de ellos, de nuestros perros y gatos, de su manera sencilla de estar con nosotros. Viven poco, y a veces ese es el argumento que nos hace prescindir de ellos: casi cuando nacen hay que prepararse ya para el adiós.
Pero en su vida corta nos dan aquello que más necesitamos, su amor, sin darse cuenta y sin pedir nada a cambio"
Para L.y A,. D, siempre será ese montón de pelo cariñoso que les recibía como nadie. Te recordaremos, D.